Surfeando por Twitter, esa red social que, bien usada, te proporciona un sinfín de ideas y de conocimiento, me encontré con esta foto y este texto:
Por si no hacías los ejercicios del workbook en el instituto, o ni te lo comprabas, o te lo copiabas durante la clase de antes de la de inglés, te lo resumo:
Lo he probado todo. He hecho lo que los gurús me decían que tenía que hacer para hacerme rico pero nada me ha servido. Estoy hasta los cojones y lo dejo. Voy a opositar. Que os den por culo.
Este señor se ha montado una start-up por tercera vez, y por tercera vez la ha cerrado porque no ha funcionado nada de lo que intentó: ni crear un producto con demanda, ni hacer anuncios, ni hacer contenido de alta calidad, ni crear una audiencia. Todo ello le llevó a ninguna parte.
Lo que le ha pasado a este chaval le pasa al 90% de locos insanos desequilibrados que nos lo montamos por nuestra cuenta. Ni es el primero ni será el último, pero eso no lo vemos.
Vemos al que levanta el trofeo, al que lo peta cuando no le han salido todavía pelos en los huevos. Vemos donde apuntan los focos.
Para bajar esta historia un poco más a tierra y que no sea demasiado del rollito emprendedor, te contaré mi experiencia en segundo de bachiller con mates “difíciles”. Como si hubiera otras mates que son fáciles.
En el segundo trimestre de segundo de BAT, pre-universidad, me cayeron 5. Entiende caer por catear, y catear por no rozar ni el 4.
Fueron: mates, química, biología, valenciano y conocimiento del medio, o algo así. No recuerdo el nombre de la asignatura, pero era de frikis.
En mi casa era poco más que un drogadicto, un delincuente, un inútil, un fracasado, una vergüenza y una ameba, pero del fracaso del sistema educativo y de lo que te debería sudar los huevos las notas que sacas hablamos otro día.
Me espabilé un poco, no demasiado tampoco, y aprobé todas menos química y mates, de las que no aprobé ni un puto examen en todo el curso, y tuve que ir a recuperarlas en julio.
¿Me quedaba sin selectividad y sin universidad?
Espérate un poco, que no soy tan fácil de destruir.
Química la aprobé yendo a repaso. Saqué un 9 en la recuperación. Sucedió como cuando el Madrid-City: sólo Dios sabe qué pasó, o será que Dios es muy del Madrid y muy de Maldito Benito.
Con matemáticas ya pasó algo más normal.
(Ojo que tiene intríngulis).
La profesora, una señora rubia muy mona llamada Amparo, se ofreció a darnos clase todos los días de 8 a 12 a todos los cateadores, con modelos de examen exactamente iguales que los que pondría en la recuperación, que eran idénticos a los de selectividad.
De 8 o 9 cazurros cateamos matemáticas.
¿Sabes quién fue el único que se pasó dos semanas yendo a clases particulares de matemáticas con esa profesora 4 horas al día?
Aquí el que escribe y otro compañero. El día antes del examen hice el último simulacro con 10 de nota.
El día del examen de recuperación, cuando le entregué el examen a la profesora, me dijo que el pescado estaba vendido, que estuviera tranquilo que ni me lo iba a corregir. Mi nota ya la sabía después de dos semanas pico y pala, delante de ella.
¿Sabes qué les pasó a los otros 7 que no fueron a esas clases particulares?
Pues nada, que estuvieron otro año en bachiller para aprobar matemáticas.
–¿Y qué cojones me estás contando, Benitín? Déjate de rollos y de metáforas.
La cosa es que yo hice lo que tuve que hacer para aprobar matemáticas.
Pero quizá, y sólo quizá, en un mundo paralelo, eso pudo no haber sido suficiente para aprobar matemáticas. Y me habría tocado repetir. Y mi destino, mis amistades, mis aprendizajes y mis experiencias habrían sido radicalmente diferentes.
Y es que el compañero que también fue a clase todos los días, a mi lado, no aprobó, porque no había manera de que aprendiera a hacer matrices, algoritmos y esas cosas que no he vuelto a hacer desde que salí del instituto, ni he descubierto para qué coño sirvieron.
Los dos hicimos lo que tocaba, pero a uno no le sirvió. A uno no le fue suficiente.
La moraleja de la historia es que lo normal es no aprobar, no ganar dinero y no cerrar esa ronda de financiación, y lo que toca es cerrar la persiana y dejar de pagar la cuota de autónomo.
Hay mucha gente reventándose la cabeza todos los días, pero Ilia Topuria sólo hay uno.
Pedro Buerbaum, que se hizo viral el primer día cuando se puso a vender gofres con forma de polla, también hay uno.
Un futbolista se cuida, entrena, come bien, no tiene reservado en Kapital cada finde, no fuma cachimbas, no le tira al DM a la actriz de moda, va al gym, al fisio, al psicólogo, corre mucho, lucha mucho y no se queja nada. Pues lo normal, lo más normal del mundo, es que ese tío no pase de tercera división. Y ahí se queda hasta que se retira con 40 años.
Puede ser que tú seas un padre ejemplar, tengas estudios, trabajo estable, casa en el campo y en la playa, tengas buena familia, le des besos a tu hijo en sus primeros años de vida, le cambies los pañales, lo eduques, le pagues un cole privado, le aconsejes y le des cuatro tortas cuando se porta mal, pero eso quizá no impida que se meta a las drogas y acabe como el rosario de la aurora.
Puede que seas ese mismo padre, y madre, y tu hijo después de estudiar Derecho y con la vida más o menos arreglada y cómoda se abra un bar y te preguntes qué coño has hecho mal. (Jajajajajajaja, te quiero, papi; y te quiero, mami).
Puede que yo escriba un artículo sin saber muy bien hacia dónde voy, que lo haga cada fin de semana sin fallar ni uno solo, que intente que se suscriba la máxima gente posible porque creo que mi mensaje es inspirador de cojones y puedo ayudar a mucha gente. Todo eso puede ser, pero también puede ser que no me coma una putísima mierda, ni gane ni un duro, ni valga para nada.
Puede ser que monte un bar, que me centre en crear una marca a largo plazo, que apellide el negocio «flipados del aceite hirviendo» en vez de «freiduría» porque lo veo más gracioso y nadie lo ha hecho, que personalice hasta los posavasos para que cuando los leas te descojones y no veas una marca de cerveza random porque eso ya lo ves en otro bar, que cree contenido para redes como si tuviera una granja de community managers en Pakistán y que haga una cata de croquetas para que los clientes elijan las croquetas que entran en la carta el mes que viene.
Puede que haga todo eso, y puede que tampoco sirva para nada, y me coma (otra) gran mierda.
(Que, de hecho, me la estoy comiendo, pero Summer Is Coming, calma).
El emprendimiento que está de moda es el de rondas de financiación millonarias, startups que quieren crecer en todo el mundo, anuncios en lonas gigantes y oficinas superchulas en grandes edificios con vistas, toboganes y djs.
El que no mola tanto es el de mandarlo todo a la mierda porque crees que nada tiene sentido y todo el esfuerzo y las noches sin dormir son en vano, y es el más abundante.
Son (somos) más los que fracasan que los que triunfan.
El post del principio podría haberlo escrito yo si no me diera una oportunidad más cada día.
Porque nunca sabes cuándo estás a un reel de hacerte viral, a un artículo de que te ofrezcan una entrevista, a una visualización en YouTube que te cambia la vida, a un pollofre de la libertad financiera o a un puñetazo de noquear al campeón y levantar el cinturón.
No sabes cuándo estás a un último intento de conseguirlo.
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