Cuando trabajaba en la oficina, sentado, con aire acondicionado y sueldo fijo, un fuego interno se prendió en mí.
No disfrutaba del día a día, ni del aprendizaje ni de tener aquello con lo que mucha gente sueña cuando sale de la universidad.
Aburrimiento, monotonía, rutina y todo eso de lo que la gente corriente quiere “desconectar” los findes.
Pensé que se me pasaría, pero un día de septiembre, y tras no pensarlo demasiado, me compré un vuelo de ida a Irlanda con un amigo.
Los tres primeros meses, bah, sin más. Chupado.
La novedad. La aventura acababa de empezar y quizá Amazon o Apple un día me abrirían la puerta que semana tras semana llevaba aporreando por LinkedIn y todas las webs de empleo irlandesas.
Unfortunately, your applicant has not been approved. We’ll get in touch soon if we have a position that suits your profile.
Esa pollada de respuesta automática saltaba en mi correo cada vez. ¿Te suena?
Hacía frío, no salía el sol y ya se me hinchaban los huevos de la misma frase de introducción en el buffet del hotel.
–Morning. Would you like coffee or tea?
Así que me piré. Por eso y porque hay encargados que, por llevar americana y estar un escalón por encima de ti, se creen que te pueden humillar y tratar como si fueras retrasado mental.
Pálido irlandés, bebes vino neozelandés y chileno, es imposible que tengas autoridad en nada.
Me fui yo de encargado a otro restaurante con terraza gigante al aire libre y pantalla también gigante para ver furbo y rusbi.
Nunca le hablé mal a nadie. Nunca le eché la culpa a nadie que no fuera yo. Eres el encargado. Si sale mal, la has cagado y al que va a insultar el jefe es a ti. Un jefe también retrasado.
Aguanté otros 3 meses a otro retrasado, hasta que me dijo algo como fucking piece of shit por haberme dejado una mesa abierta en el comandero. Escupí mi bocata, cogí mi gabardina y dejé mis llaves sobre la barra.
Pasé el verano en España y volví en octubre.
Una semana vendiendo gas y electricidad a puerta fría. Como un Testigo de Jehová pero con la credencial de Iberdrola.
Por la calle, lloviendo, sin un techo donde comerse un mugriento bocadillo.
La loca con la que vivía llamó a la policía porque su hijo le había pegado un puñetazo. Luego me dijo que le pegara a su hijo para escarmentarlo. Al día siguiente hice la maleta y me piré de allí.
Volví a mi casa anterior y busqué trabajo como un loco.
Trabajé dos noches en un Domino’s y me volvía a las 2 de la mañana caminando por delante de la cárcel de Cork. De peli de miedo.
Al tercer día me levanté con siete llamadas perdidas del carnicero de al lado de mi casa, que me bajara que había trabajo. De todo un poco.
Friegaplatos, carnicero, cocinero.
Le hice una tortilla de patatas para venderla en el deli pero pasó de mi cara. Tampoco lo entendía, hablaba como en un inglés euskera.
Cada día me despertaba pensando que quedaba un día menos para volver a España y que, entonces, sería feliz.
Hoy, estoy en España, y soy feliz, pero no por estar en España, sino porque he aprendido a hacer cada cosa que hago con ilusión y entusiasmo, sin polladas ni filmadas Mr. Wonderful de que la vida es maravillosa.
De vez en cuando, me cuesta ser feliz. Pero es que ser feliz toelrato es imposible.
La vida a veces es una mierda, las cosas no salen como tú quieres o tardan un poco más en llegar.
Hace un año era el spaniard pobrecito que emigraba para aprender inglés lavando platos y hoy tengo mi primera empresa con 26 años. Tiene 3 días, es noviembre (no hay ni Dios en el pueblo) y no pinta nada mal.
La semana que viene igual escribo llorando porque se ha incendiado el local o porque me han robado hasta las servilletas.
Lo que hagas, hazlo contento. Luego vendrá otra etapa, echarás la vista atrás y pensarás que deberías haber saboreado cada paso dado, cada dificultad y cada solución que buscaste de debajo de las piedras.
Total, no es para tanto. Nunca es para tanto.
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