La soledad del emprendedor

Tengo un recuerdo grabado en la cabeza que me acompañará siempre, sobre todo para echarnos unas risas entre colegas.

Iba al instituto y jugaba a fútbol como los ángeles. Como los de Charlie, claro.

Jugábamos en un pueblo de la Valencia profunda, donde lo más bonito que te gritan 4 viejos con palillo, bastón y puro es «fill de la gran puta».

Íbamos 2-2 en el último minuto. Uno de mis mejores amigos cogió el balón, se metió en el área, y cuando vio que el defensa metía la pierna entre el campo visual del árbitro y la suya, se pegó un piscinazo y un grito que parecía que lo habían matado.

Yo pensé que ese cabrón había tirado por la borda nuestra última esperanza de ganar el partido, y me cagué en su vida, porque pensaban que encima le iban a sacar tarjeta por cuentista.

A los 2 segundos, suena el silbato. Penalti.

Qué hijo de…

Se levantó como si nada, cogió el balón y me lo dio.

Tíralo tú que a mí me da la risa.

Lo cogí. Aunque no me hubieses dado el balón, lo iba a tirar yo. Era “el de los penaltis”.

Llevaba toda la temporada tirándolos y metiéndolos. Rasos a la derecha del portero. En la esquinita de la red. Imparables hasta para El Langui Prime.

Acaricié el balón hasta con los huevos, para darme suerte, lo coloqué en el punto de penalti, y un cazurro que acaba de salir a jugar de central me dijo: «lo vas a fallar».

Le contesté que me comiera los huevos y que por la noche iría a celebrarlo con su madre. Porque estaba el árbitro delante, que si no me habría matado allí mismo.

Pillé carrera, pitó el árbitro y chuté.

Me dio por cambiar de lado.

El portero se tiró a mi izquierda. Yo chuté hacia mi derecha. Raso y fuerte.

Le di al puto palo.

La defensa despeja y fin del partido.

2-2.

El cazurro del central vino a cagarse en mis muertos y me fui al vestuario.

Allí estuve 30 minutos llorando.

Ya se habían duchado y cambiado todos mis compañeros por yo seguía allí, debajo del agua hirviendo, hasta que entró mi padre y diciéndome que si estaba gilipollas o qué, que nos teníamos que ir a casa, que al día siguiente había instituto.

Terminé y me subí al coche. No hablé en hora y media con nadie. Puede que tampoco lo hiciera al día siguiente.

Estuve casi tan jodido como Robben después de la Final de Sudáfrica en 2010, pero con mucho más pelo y mucho más guapo, con lo que no era para tanto.

Pero seguro que Robben y yo nos sentíamos igual de solos. Porque cuando llegan las vacas flacas y los momentos jodidos, estás solo.

Cuando haces 10€ de caja un domingo de febrero, por mucho que te digan que ya llegará el verano y que te va a ir muy bien cuando haga 40 grados a la sombra, estás solo picando datos en el excel.

Cuando tienes delante la barra en las pruebas físicas de la Policía Nacional, estás solo. No va a venir nadie a empujarte, ni tú vas a escuchar al que te diga que a la próxima seguro que apruebas.

Cuando toca examen de notarías y tienes en la cabeza 8.000 artículos del Código Civil deambulando por tus neuronas disecadas, estás más solo que la puta una. Ni tu preparador, ni la medalla del Sagrado Corazón de Jesús ante el que te acabas de santiguar están ahí para echarte un cable. Solo. Punto.

Cuando fallas un mano a mano en el minuto 60 para ganar un Mundial, dime, ¿quién hay? ¿El entrenador diciéndote que eres el mejor del equipo? ¿La prensa diciendo que has sido el mejor jugador del Mundial? ¿Florentino subiéndote el sueldo? ¿Roncero que diciéndote que haber estudiado? Amigo, cuando todo el mundo apaga las luces, te quedas tú con tu cabeza. Ella te martiriza y tú o la dejas o le paras los pies, apagas tu lamparilla, te pones los tapones y mañana será otro día.

Nadie va a entender tus mierdas, tus lloros, tus preocupaciones, tus idas y venidas, que vayas cabizbajo o que no te apetezca salir de fiesta a joderte la vida y el hígado.

O aprendes a lidiar con la soledad que supone no ya fracasar, sino sacrificar tu vida por algo que merece la pena, o llegará la primera oposición facilita haciéndote ojitos y te conformarás con ella.

Y eso, apreciadísimo y guapísimo lector, eso es parte de la vida.

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