¿Hay que estar dispuesto a perderlo todo?

Acostumbrados a no sacrificar nada, a disfrutar a tope del momento, a tatuarnos, literalmente, Carpe Diem en el antebrazo como si nunca fueras a tener 70 años, pero ahora tienes 25 y te han vendido que hoy es lo que importa, que el futuro y el largo plazo ya tal.

Llega la nómina el 29 y el 3 ya le estás llorando al casero porque te has fundido hasta los billetes que te da tu yaya destrangis cuando tu madre no mira, porque ya está bien de alimentar al manso que con casi 30 sigue tumbado en el sofá de casa y pidiéndole a su madre que nunca más haga lentejas.

Acostumbrados a no perder ni un tren, a no dejar pasar un momento de desconexión, pero ¿desconexión de qué?, a suplicarle al reloj que sean las 14:00 de un viernes para irte de copas, el sábado de comida y el domingo de tardeo. El lunes vuelta a la rueda, a la de la rata o a la del ciudadano medio.

Se te caen los cojones al suelo cuando alguien te dice que o empiezas a formar una familia o se te pasa el arroz. Y contestas que cómo vas a dejar tú de viajar a Croacia con tus amigas en julio, con la cuenta bancaria más seca que Rabat, que tienes derecho a ello.

O de seguir saliendo de fiesta con 35 tacos con críos de 21. Macho, estoy yo así con 35 años y te juro que me replanteo muchas cosas, sobre todo que lo he hecho tremendamente mal en esta vida.

O de ir encadenando contrato tras contrato en empresas diferentes. Primero en la zapatería, luego en un bar de copas que ya que vas, por lo menos te mueves un poco y te pagan, ¿no?, hasta que te contraten en Mercadona, tu puto sueño, que no veas qué culo te hace el uniforme. O el Ayuntamiento, el Ayuntamiento sí que mola.

Un sitio donde, cuando llegas, ya has llegado y se acaba el juego. Con lo que mola jugar. Todos los putos días haciendo lo mismo. Hostias, es que te doy tu plaza y las 200 más libres que haya. Cógelas, todas tuyas. Deprímete por mí, yo prefiero jugar. He nacido juguetón y jugón, no me metas en una cárcel donde se prohíbe la diversión, la creatividad y el esfuerzo, la meritocracia y el crecimiento personal no tienen cabida. Perderé la seguridad que tú anhelas, pero al menos me libro de esa esclavitud eterna. Seré un vagabundo viviendo debajo de un puente, pero haré lo que me salga de los cojones, me ducharé cuando quiera y gastaré la limosna en briks de Don Simón, aunque lo más seguro es que en menos de 3 meses esté otra vez jugando. Y con monedas que seguir echándole a la maquinica de la vida, que siempre premia al que espera y al que se la juega. Siempre.

En nada toca Arde Bogotá en Torrevieja, tengo entradas desde hace un mes y no voy porque la de trabajar me la sé.

Vaya mongolo, por un día que cierres no te va a pasar nada. Ve y disfruta.

Escúchame dos cosas:

La primera es que no tienes ni puta idea. Ni yo mismo tenía ni puta idea cuando pensaba en decirle a dos colegas míos que se pusieran a currar mientras yo me iba a un concierto, pendiente del móvil, de que salieran ardiendo o de cualquier liada parda que pudiera suceder.

Pero, ¿de qué cojones voy?

¿Es mi proyecto y me quiero ir de concierto y enmarronar a mis amigos? Si eso hubiera pasado y mis amigos fueran decentes, que lo son, habría perdido un negocio y a los amigos. Las dos cosas. Y ganado un par de hostias, merecidas.

La segunda es que lo único que no se puede perder alguien, se dedique a lo que se dedique, y bajo ningún concepto, es el nacimiento de un hijo.

Futbolistas profesionales, jugadores de la NBA… Todos estos se pierden mundiales y salen pitando en un jet privado desde una concentración en la otra punta del país para llegar al paritorio de un hospital a ver su creación. La creación. La más importante que una persona puede imaginar.

Ni proyectos, ni empresas, ni viajes, ni Erasmus, ni tardeos, ni hostias.

Si te lo pierdes, igual pierdes una mujer, y quizá también al hijo. Al menos pensará toda la vida en qué estaría haciendo su padre tan importante para perderse su venida al mundo. Y, por descontado, de tu honor como hombre no quedarían ni las cenizas.

Así que Arde Bogotá no es mi hijo, ni se le parece, y como Benitín Jr parece que aún no está a la vista ni mi novia va a romper aguas pronto, pues me lo pierdo.

Las entradas valían 10€, pero la recompensa por perdérmelo va a ser superior. A largo plazo y cuando cierre la caja de ese día.

Todo en esta vida tiene un precio. Lo pagaré con mucho gusto.

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